Vida y muerte. Cuerpo y alma. Razón y emoción. Memoria e invención. Historia y mitología. Esperanza y realidad. Incredulidad y Fe. Ciencia y creencia. Pasado y presente. Rural y urbano. Familiar y universal. Infantil y adulto. Erudito y popular. Oral y escrito. Dado y heredado. Dicho y hecho. Cruel y sensible. Animado e inanimado. Teológico y filosófico. Físico y metafísico. Único y recurrente. Moderno y atávico. Concreto y simbólico. Natural y sobrenatural.
Podría seguir, pero vamos a parar acá. Lo importante de El silencio de Malka (serializada en 1995 en la revista Viñetas y luego recopilada en álbum) no pasa por la enumeración de dicotomías sino por algo más sutil y profundo: La fusión del significado y el significante en un proceso creador que elimina las diferencias para parir un mundo donde la realidad real y la realidad imaginaria conviven, se complementan y copulan. Un constructo que marida el desaforado realismo mágico de Gabriel García Márquez con la lógica racionalista de Jorge Luis Borges, el esotérico pesimismo de Gustev Meyrink con la estampa integracionista de Alberto Gerchunoff.
Partiendo de los relatos que le contaba su abuela, el argentino Jorge Zentner instala un costumbrismo fantástico alrededor de los colonos judíos emigrados desde el sureste de la Europa Oriental hasta la fértil llanura de la provincia de Entre Ríos. El paso de los pogromos rusos a las colonias agrícolas de la nueva tierra prometida no fue fácil, tampoco estuvo exento de sacrificios y desazones. Gracias al accionar devastador de la naturaleza, los “gauchos judíos” (como pasaron a ser conocidos en la Argentina) hicieron frente a penurias de escala bíblica que generaron, en el caso de los ancestros Zentner, una respuesta arraigada en el folklore judío y amasada con el inconsciente telúrico de la Pampa Húmeda. Barro y lluvia. El otro y el mismo.
La idea de un golem criollo es sublime; y trabajada desde el registro crepuscular escogido por Zentner, queda incorporada con orgánica naturalidad a la cultura agrícologanadera de explotados y explotadores. Un verosímil que los poéticos pasteles del español Rubén Pellejero plasman en todas sus dimensiones, entre recónditos arcanos y míticas fundaciones de la Argentina (Granero del Mundo) y la ciudad de Buenos Aires (tango orillero y contubernio criminal). Como el gran rabino Loew de Praga, con estos maleables materiales, ambos lograron moldear las estrategias de salvación del pueblo judío y las contradicciones internas del ser humano.
El resto, obvio, es silencio.
Fernando Ariel García