La falta de oportunidades

En el año 2023, según cifras de las Tebeográficas de Tebeosfera, se publicaron en España 4652 tebeos comerciales. Eso suma casi 13 títulos lanzados al mercado cada día del año.

De todos ellos, tan solo 397, menos de un nueve por ciento del total, fueron primeras ediciones lanzadas directamente para nuestro mercado, o dicho de otro modo, obras nuevas de autoría nacional.

Durante dos años consecutivos, el 22 y el 23, el número de reediciones superó al de nuevos cómics españoles. Todo ello sumado nos devuelve un dato que cuesta digerir: nunca antes, en ningún momento de nuestra historia, se había publicado tan poco cómic español en España. Se lanza mucho cómic japonés (también en cifras históricas), mucho cómic estadounidense, muchas reediciones y poco, muy poco trabajo autóctono.

Esto genera un choque frontal entre dos narrativas que se repiten mucho. La primera de ellas habla de una calidad estratosférica. Se ha llegado a hablar de Edad de Oro en cuanto a la creación e incluso se insiste en que nunca antes ha habido tantas y tan buenas creadoras y creadores. Sin embargo, dentro de ese mismo relato son muy pocas las veces en que se hace referencia detallada acerca de las condiciones económicas y sociales en las que se crean todas esas obras a las que no se tarda mucho en colocar la etiqueta de «maestras».

La segunda, siguiendo una lógica mucho más estadística, habla de forma clara y afirma: el cómic español no es rentable. Y casi siempre se apostilla con: «no hay lectores».

Corrigiendo las narrativas

El primer relato puede parecer que elogia la obra nacional, sin embargo, aunque sea de manera inconsciente, contribuye a generar un aura que en nada ayuda a romper la situación. A finales de los noventa y principios de los dos mil se popularizó una frase hecha que parecía hablar bien del cine español. Alguna gente, seguramente desde la inconsciencia, decía aquello de: «no está mal para ser española». De ese modo, a través de un elogio tramposo, se seguía separando el cine de verdad, el bueno, el que tiene capacidad de llegar de forma masiva al público, del cine que se hacía aquí. Ese había que mirarlo con condescendencia, e incluso la crítica añadía un plus de paternalismo.

Que no se entienda mal, cuando se habla de que los cómics nacionales tienen gran calidad y acumulan propuestas interesantes mes tras mes, es evidente que se quiere lanzar un mensaje en positivo: en España hacemos muy buenos tebeos, puede que los mejores de toda nuestra historia.

El problema es que en este caso no se saben (ni se preguntan) las cifras que rodean a todos esos grandes títulos.

Volvamos un instante a la comparación con el mundo del cine. Resulta sencillo abrir un navegador cualquiera y comprobar cuál ha sido el presupuesto con el que ha contado una película española, cuánto dinero público ha recibido y, fundamental, cuánto dinero ha recaudado. Es más, si se busca a fondo se puede llegar a desgranar cada uno de esos datos hasta un detalle que llega al céntimo.

De ese modo, más allá de si alguien considera que un título es más obra maestra que otro, siempre va a poder comprobar cómo ha sido su rendimiento económico. Es entonces cuando aparece una nueva narrativa ya conocida desde hace décadas: «un éxito de crítica que no tiene el respaldo del público» o también «la crítica no la soporta, pero las salas están llenas cada semana».

En el cómic no tenemos las cifras y por eso se tambalea el obramaestrismo. No es que no se pueda calificar cualquier título como tal, es que queda meramente reducido a una cuestión subjetiva. No hay posibilidad de contraste. Es una ecuación en la que la incógnita no puede resolverse jamás. Sin datos que soporten o contradigan la valoración y el análisis crítico, todo queda en una suerte de limbo en el que «la gente que sabe dice que estamos mejor que nunca», pero la realidad, tan tozuda como siempre, demuestra que incluso tomando esa afirmación como cierta, cada año se publica menos cómic español en España.

De ahí que se eche de menos una valoración que no solo se fije en contenido y continente a modo de «qué» o incluso de «por qué», sino que acostumbre también a fijarse y a preguntar sobre el «cómo». Por ejemplo, resulta muy sencillo encontrar entre el reseñismo patrio un comentario recurrente: «me he quedado con ganas de más, me hubiese gustado que tuviese más páginas para desarrollar más a fondo X o Y». Algo que suele apuntarse hacia la parte autoral.

Es cierto que ese tipo de anotación olvida la obra y la sustituye por la propia expectativa del que la comenta. Eso ya aleja mucho de un tratamiento formal serio, pero es que además nunca viene acompañado de un «ojalá les hubiesen pagado más y así podrían haber hecho un cómic de 150 páginas en vez de uno de 80».

En cualquier caso eso entra en el campo de lo anecdótico. Lo importante es cómo determinadas etiquetas pueden llegar a lanzar ideas que perpetúan la nefasta consideración que tenemos en España por las clases culturales.

A lo largo de nuestra historia, incluso en aquello que llamamos el Siglo de Oro, hemos dejado morir a nuestros autores y autoras en la indigencia. Los subimos a pedestales, los llenamos de elogios, a veces en vida y a veces a título póstumo, pero la realidad es que o no se habla de esa indigencia o simplemente se toma como un rasgo característico más de la creación artística.

Por ello resulta imprescindible también un cambio en los relatos.

El segundo de ellos, el que nos habla de la falta de rentabilidad de las obras nacionales por una enquistada falta de interés por parte de los lectores, contrasta con una realidad notable y fácil de comprender en cualquier mercado. Cuanta menos exposición hay de cualquier producto en un punto de venta, menos ventas se producen. Si se lanzan 13 títulos nuevos cada día, se reduce drásticamente el tiempo de exposición máximo que cada obra permanece a la vista antes de que aparezcan títulos nuevos buscando hueco.

Pero no solo se reduce el tiempo de visibilidad en las mesas y estanterías de las librerías, también se reduce el tiempo de promoción que la editorial dedica a posicionar sus obras y cualquier estrategia comercial salta por los aires. Estando por encima de 4600 novedades, lo único que queda claro es que tratar de que un título pequeño se abra un hueco resulta imposible.

Eso deja al cómic nacional en una clara situación de desventaja por varios motivos. La mayoría de las tiradas son muy cortas y, a menor exposición, menos ventas, y si hay menos ventas hay más devoluciones.

La falta de oportunidades no llega solo entendiéndola como una dificultad de publicar en nuestro propio mercado en un momento en el que cada vez se publica menos cómic español, también llega hasta las librerías acompañada de menor exposición física y, también, menor esfuerzo promocional. El relato de que nuestros tebeos no son rentables es cierto, pero también oculta una cara B de la que pocas veces se habla. Si una editorial, por querer ajustar al máximo la inversión, imprime 400 ejemplares para tratar de que se abran hueco en un ecosistema de 200 librerías especializadas, las posibilidades de conseguirlo son muy limitadas si atendemos de nuevo al mismo principio de antes: sin exposición no hay venta.

Si a eso sumamos que los esfuerzos promocionales se quedan aislados en períodos muy cortos de tiempo porque enseguida llegan las siguientes novedades, el caldo de cultivo que se genera tiene como consecuencia que se lancen gran cantidad de obras muertas. Títulos que solo generan pérdidas o que, con mucha suerte, consiguen cubrir la inversión editorial.

Y eso, que algunos podrían considerar una buena noticia, sigue estando muy lejos de cubrir la inversión realizada por la parte autoral.

LA CUESTIÓN ECONÓMICA EN CIFRAS