Ricardo Barreiro (Buenos Aires, 1949- 1999), autor de obras inconmensurables como Ciudad, Parque Chas, El día del juicio o Bárbara, ha servido de referente e inspiración para numerosos lectores y autores de cómic. Guionista de verbo agudo e irreverente, narración sólida y trepidante, su titánica labor sirvió para labrar un sólido puente cultural entre Europa y Latinoamérica encumbrando el arte de hacer historietas.
En reconocimiento a su histórica aportación, la asociación profesional de guionistas de cómic ARGH!, a iniciativa del reputado guionista y escritor Hernán Migoya, crea el PREMIO RICARDO BARREIRO a toda una trayectoria dedicada al guion de historieta en habla hispana. Con el mismo buscan homenajear a todos aquellos compañeros del medio que a lo largo de su trayectoria han dignificado el oficio, y, al mismo tiempo, han estrechado lazos culturales entre las comunidades hispanoparlantes.
Sin locura no hay creación
Para Patricia Breccia
Hernán Migoya
que tanto me contó del Loco Barreiro
que tanto lo quiso y lo quiere
con locura, cómo no
El año 2010 tuve la fortuna de viajar a Buenos Aires y conocer por fin la tierra donde se habían conocido mis padres. ¿Mi más honda impresión de ese período en la capital argentina? La que me causó el nivel cultural de sus ciudadanos. No solamente proliferaban las escuelas dedicadas a enseñar el bello oficio de crear cómics, sino que su tradición historietística se notaba viva y presente en los jóvenes aficionados, mucho más viva de lo que boquea la tradición española en nosotros. La revista Fierro publicaba en ese entonces un álbum de cromos ¡dedicado a los autores de cómic argentinos! Cada cromo presentaba la efigie dibujada de un autor destacado y una glosa de su obra principal. ¿Se os ocurre que algo así hubiera sido posible en nuestro país? ¡Un álbum de cromos con los retratos de nuestros autores de cómic clásicos!
Abrumado, empecé a explorar en las obras impepinables de la historieta argentina. Los guionistas del medio, al contrario que los dibujantes, no tenemos muchísimos referentes donde mirarnos: por cada uno de nosotros suelen existir ocho o diez profesionales del dibujo. Cosa extrañísima, porque se mire por donde se mire, la labor del dibujante resulta mucho más ardua y requiere de mucho mayor “don” artístico. Por ello, achaco siempre el muy inferior número de guionistas respecto de dibujantes, simplemente, a que la mayoría de la gente no sabe que nuestra disciplina existe.
Así que me sumergí a releer clásicos argentinos y descubrir muchos otros. Siempre me sentí muy a gusto con el planteamiento de su cómic tradicional porque se adhiere sin complejos a todo tipo de géneros narrativos populares. Y, como guionista compulsivo, no puedo dejar de proyectarme en esos ídolos que TAMPOCO PODÍAN PARAR de escribir: así, Oesterheld fue un todoterreno del enfoque clasicista en todos los palos; Trillo me abrumaba con su dominio del enredo: El negro blanco continúa siendo para mí una lección modélica de cómo mover personajes y generar subtramas entre ellos; en esas fechas (¡hace sólo una década!) confieso que leí por primera vez algunas excelentes historias del paraguayo Robin Wood; y me reafirmé en que, de todos, aquel con el que más me identificaba era Ricardo Barreiro.
Había que quererlo: en lugar de fotos con la mirada perdida, tocándose el mentón y haciéndose el despistado o el interesante desde un plano de posero intelectual, las fotos más divulgadas de Barreiro nos lo muestran mirando retador a cámara, con un puro en la boca a lo Coronel ‘Hannibal’ Smith y un AK-47 o similar en la mano. Una especie de John Milius a lo porteño, un guionista visceral, provocador y punk desde su misma imagen. Y, sobre todo, un guionista orgulloso de serlo.
Reencontrarme con la obra de Barreiro supuso un placer inmenso: yo había tenido el honor de coordinar la edición de parte de las sagas El instituto y El convento infernal para la revista española Kiss Cómix y me encantaba su descarada filiación con la cultura popular y cómo entraba a saco en ella para desarrollar sus pastiches pornográficos. Tuve la fortuna de conocer en persona a los dibujantes de ambas series, los inconmensurables Solano López y Noé, pero por desgracia nunca llegué a coincidir con su guionista.
En mi nueva exploración me reencontré con su Slot-Barr, con su Ministerio, con su Bárbara, y hace poco pude regocijarme con esa obra de encuadramiento indescriptible que es El día del Juicio donde, de nuevo en complicidad con Solano López, se anima a mezclar la sucia realidad del narcotráfico y un personaje real como Pablo Escobar con un tecnothriller apocalíptico. Esa locura creativa, que no se puede enseñar ni uno debe domesticar en sí para conservarla impertérrita a los reclamos de la “cultura respetable”, es lo que para mí hace tan especiales a Ricardo Barreiro y su obra.
Así que cuando en noviembre de 2019 asistí como invitado al festival de cómic Crack Bang Boom que Eduardo Risso -quien también colaboró con Barreiro en Parque Chas y Caín– y su equipo organizan anualmente en la ciudad de Rosario, me quedé abrumado ante el desmorone del mundo editorial que la despiadada recesión económica había causado en Argentina durante los últimos años. Hablando con Risso le propuse hacer lo posible para establecer un puente mayor de comunicación entre editores españoles y autores argentinos (España y Argentina siempre han sido rivales culturales y desgraciadamente a veces ignoran sus respectivos hitos -literarios, musicales y también comiqueros- adrede, en competencia por capitalizar la atención del ciudadano hispanohablante). Ya de regreso a mi hogar en Lima, y a raíz de unos acercamientos de la recién creada Asociación Profesional de Guionistas de Cómic (ARGH!), se me ocurrió que otro modo de apoyar ese intercambio cultural entre países hermanos (o al menos de hermanastros bien avenidos) era crear y promover un premio anual en reconocimiento a la labor de los guionistas hispanoparlantes. Y que ese premio debería llevar el nombre de un guionista argentino, para poner de relieve trasatlántico el mérito innegable de ese país en la dignificación pionera de nuestro gremio.
Por deformación francotiradora, siempre tiendo a inclinarme por el rescate o vindicación de las figuras culturales más maltratadas, oscuras u olvidadas históricamente. ¡Las que van por libre! Así que estaba claro que en esta ocasión debía decantarme por un guionista de la categoría e idiosincrasia de Ricardo Barreiro.
Para mi sorpresa, la asociación ARGH! no sólo aceptó adoptar el premio y anunciarlo como un galardón anual para guionistas veteranos procedentes indistintamente de la cultura española o latinoamericana, como tributo a carreras encomiables que -como en general sucede siempre en esta semioculta profesión del guion de cómic- no hubieran sido cantadas con la suficiente justicia o el debido rigor, ¡sino que además también aceptaron mi propuesta de nombre bautismal!
Y así ha nacido el Premio Barreiro, gracias a mi sentimiento de deuda para con un guionista de estirpe prematuramente fallecido y como punta de lanza a esa conmemoración mayor que debemos a la cultura latinoamericana del cómic y a las grandes industrias argentina, mexicana y chilena, entre otras. Más que por mi iniciativa, este Premio es una realidad debido a la generosidad con que ARGH! y uno de sus representantes, Javier Mora (quién tuviera un interlocutor como él en todos los frentes), asimilaron el proyecto del Premio, lo defendieron, definieron, diseñaron y establecieron para convertirlo en, espero, una tradición que celebre al conjunto de guionistas que cultivan su arte en lengua española.
Este año se hará entrega del I Premio Barreiro, que en realidad serán dos como punto excepcional de arranque: uno lo recibirá Enrique Sánchez Abulí, tal vez el más grande guionista español de cómics de su generación; el otro será para Robin Wood, creador de tantos mundos y tantas maravillas para la industria argentina hasta la italiana y por medio planeta de paso. Ambos Barreiro iban a ser entregados respectivamente en el marco del festival español Carmona en Viñetas y en el rosarino Crack Bang Boom, de nuevo gracias al formidable equipo de Risso que alienta esta feria. Lamentablemente, por culpa de la crisis mundial que estamos padeciendo, las ediciones de estos eventos públicos peligran este 2020. Pero el premio no.
Barreiro ha llegado para quedarse, con su mirada implacable a los ojos, su sonrisa, su puro y su rifle.
Y sus ganas de remover al lector.