“Todos piensan que mi obra autobiográfica es Mi novia y yo, pero no. La que más (y mejor) habla de mí es Mojado”. Y si lo dijo Robin Wood, debe ser así. Porque la épica inmigratoria que firmó con Carlos Vogt para las páginas de El Tony entre 1984 y 1997 condensa la mugre y la gloria que late en el corazón de los hombres. Del que llega a ganarse su lugar en el mundo y de aquellos que lo reciben con las manos abiertas o los puños cerrados. Con su realismo sórdido y poético, de alegre tristeza, Mojado vuelve a consagrar a Wood como uno de los grandes narradores de la condición humana.
El Mojado del título es un niño del México rural invisibilizado, ignorado por los poderes de turno y la sociedad encumbrada. Carente de todo, sólo tiene una pulsión innata de supervivencia que lo llevará a convertirse, en el lapso de casi ciento cincuenta episodios, en un hombre seguro de sí mismo, boxeador estrella y benefactor social.
Escapando del hambre y de un terremoto que lo deja huérfano, el niño sin nombre camina hasta la frontera con los Estados Unidos y la cruza de manera ilegal, como uno más de los miles de “espaldas mojadas” (Wetback en inglés, Mojado a secas en castellano) que imaginan un futuro mejor al otro lado del Río Bravo. Para sobrevivir, venderá flores, cuidará un cementerio y lavará copas. No caerá en los falsos atajos de la violencia, el robo a baja escala y el tráfico de drogas. Estas elecciones le granjearán la amistad férrea de un antiguo enemigo; y también le enseñarán a confiar y desconfiar de propios y ajenos.
Entrar al “Gran Sueño Americano” nunca es fácil; y hacerlo por la puerta trasera sólo lo complica y posterga más. Sobre todo, después de ir a parar a la cárcel por un crimen que no cometió. Sobreponiéndose a la desesperación y a la corrupción gubernamental, Mojado descubrirá y perfeccionará el don pugilístico que le permitirá canalizar tanta furia contenida y exorcizar esa bronca acumulada en una profesión marcada por la sangre, el sudor y las lágrimas.
Arriba del ring, encontrará el motivo que necesita para continuar; y abajo, su definitivo lugar de pertenencia. Armará su familia, conocerá el amor de una compañera, enterrará a algunos de sus afectos más cercanos. Al mismo tiempo, fundará un hogar para niños carenciados y se hará cargo de un hogar de tránsito para indigentes. “Por suerte -me dijo Wood una tarde de 2008 en Valaparaíso-, mi vida no fue la de Mojado. Pero sus motivaciones fueron las mías, sus deseos y esperanzas fueron las mías. Su capacidad para sobreponerse a la adversidad, fue la mía. Y su panza vacía también fue la mía. Por todo eso, Mojado soy yo”.
Fernando Ariel García