Repasar la vida de Armonía Rodríguez Lázaro (Barcelona, 1929-2020) es asomarse a una buena parte de la historia de España. No solo porque vivió el mundo de la cultura desde distintos ámbitos -fue novelista, actriz o directora de teatro, entre otras cosas-, sino porque su biografía refleja lo que significó ser mujer, guionista de cómic y vivir, además, comprometida políticamente en unos años tan complicados como los del franquismo y la transición.
Armonía Rodríguez tenía apenas 22 años cuando entró a trabajar en Bruguera. Era el año 1951 y su cuñado, Gonzalo Olivares, sabedor de que necesitaban una persona en la editorial, propuso su nombre. Con formación en taquigrafía y mecanografía, Rafael González la escogió como secretaria, aunque en realidad, como ella misma declaraba, hacía un poco de todo.Entró en la redacción, donde era la única mujer, y allí estuvo pendiente de cuestiones relacionadas con la producción de las revistas: desde diseñar portadas a corregir faltas de ortografía en los originales.
Sin embargo, su interés desde niña por la escritura y el trabajo de repasar guiones la llevó pronto a tantear ese mundo. En un momento en el que, en palabras de la propia autora, “el guionista era valorado, porque se le necesitaba, pero no era reconocido”, tuvo que escribir bajo pseudónimo, algo más que habitual. Uno de los más populares fue el de Elsa Martín, aunque no el único: ella misma reconoció que firmó con nombres masculinos cuando escribía los guiones de “Buffalo Bill”, “porque se consideraba que una mujer no podía escribir cosas así sobre el oeste”. Su trabajo en Bruguera fue extenso, sobre todo cuando a partir de 1970 participó en la colección Joyas Literarias Juveniles, donde adaptó al cómic numerosas novelas de autores como Julio Verne o Emilio Salgari. En esa década y la siguiente, años de profundos cambios políticos en un país que empezaba a reencontrarse con la democracia, también realizó trabajos, junto a los lápices de Pilarín Bayés, de un carácter mucho más pedagógico: en ellos explicaban la recién creada Carta Magna (La Constitución para todos, Narcea, 1980), las instituciones democráticas (Què és la Generalitat?, Caixa de Barcelona/Obra Social, 1980) y hasta el propio concepto de Europa (Europa para todos, Narcea, 1984).
Si hay algo que caracterizó a Armonía Rodríguez, tanto en lo personal como en el profesional, fue su implicación política, aspecto este que compartió con su compañero de vida, el célebre guionista de El Capitán Trueno y Dani Futuro: Víctor Mora (Barcelona, 1931-2016). Aunque la familia de él era republicana, fue ella quien llevó a Mora a ingresar en el PSUC. Ambos vivieron juntos su militancia, la clandestinidad y un profundo compromiso antifranquista desde los años cincuenta. Fueron acusados de “reconstitución de la organización del Partido Comunista, masonería y comunismo”, razón por la que en 1956 pasaron algunos meses en la cárcel Modelo de Barcelona. Lejos de perder su trabajo, Rodríguez y Mora siguieron en la editorial amparados por Francisco Bruguera, aquel hermano fundador cuya ideología anarquista y su apoyo al ejército republicano le habían llevado a la cárcel e incluso a un campo de concentración. Unos años más tarde, ya en 1962, marcharon exiliados a Francia para huir de la presión y la vigilancia policial constantes. La vida en el país galo les supuso cambios en la forma de vivir y de trabajar, hasta el punto de desarrollar un manifiesto interés por el reconocimiento de su profesión, mejor valorada que en España.
Esas inquietudes políticas y profesionales la llevaron a formar parte del Colectivo de la Historieta, que entre 1977 y 1978 editó el extra de la revista Bang! titulado Trocha (Troya a partir de los números 3-4), con un claro objetivo divulgativo y reivindicativo, muy propio del contexto del boom del cómic adulto. También participó del club DHIN (Dibujantes de la Historieta y la Ilustración Nacionales), un colectivo de autores de cómic que estuvo activo entre 1972 y 1979 y cuyo objetivo principal era defender sus intereses profesionales mediante la organización colectiva. Junto a Carlos Giménez y otros autores comprometidos, llegó a tener la esperanza de aglutinar todo ese empuje para crear una organización profesional que les ayudara a luchar por sus derechos, algo que finalmente se diluyó.
En sus últimos años, dedicó buena parte de su tiempo a una importante obra que conmemoró los cincuenta años del tebeo que dio fama a Víctor Mora. En El gran libro de El Capitán Trueno (Ediciones B, 2006), Rodríguez realizó un repaso por la totalidad de la obra, sus etapas, historia y autores. Trabajó de este modo por reivindicar la obra y la memoria de su compañero en el mundo del cómic, algo que ahora demandamos también para ella, como parte imprescindible que es de la genealogía del tebeo español.
Elena Masarah