Hace unos cuantos años (allá por 2007, si mal no recuerdo), Pepe Gálvez y servidor urdimos, con la necesaria complicidad de Ángel de la Calle, un proyecto para la Semana Negra de Gijón referido a las que podríamos denominar como las “pioneras” de nuestras autoras de cómic; algo así un estudio sobre la irrupción de la voz femenina en nuestra historieta. En aquella ocasión pensamos que la mejor manera de hacerlo era utilizando las propias palabras de ellas, así que decidimos construirlo mediante una sucesión de entrevistas a varias de las creadoras, que darían lugar a un libro que se presentaría y se entregaría gratuitamente (como todos los que hacemos en la SN) al público presente en una charla con las autoras en Gijón.
La cuestión es que, ni corto ni perezoso, me planté en Barcelona para, junto a Pepe, entrevistar a Purita Campos, Armonía Rodríguez, Trini Tinturé, Marika Vila y Montse Clavé; Nuria Pompeia, la sexta autora que habíamos seleccionado, por desgracia, no estaba en condiciones de salud que permitiesen hacerle una entrevista. También por desgracia el proyecto no pudo llevarse a cabo por una serie de cuestiones muy largas de explicar ahora. Desde el punto de vista personal, fue el proyecto que más lamento que no pudiese llegar a buen puerto; paradójicamente es también uno de los que más disfruté mientras lo estábamos intentando realizar, muy especialmente por la profunda satisfacción de haberlas conocido a todas ellas, y por ese breve momento en el que compartieron con nosotros partes esenciales de su vida personal y profesional.
Así es como conocí a Armonía Rodríguez. Habíamos planificado realizar una entrevista a cada una de ellas un día de una misma semana (que era el tiempo que tenía disponible para estar en Barcelona). Si tuviera que apostar, diría que la entrevista con Armonía fue la segunda que hicimos; aunque eso tampoco tiene demasiada importancia. El lugar que acordamos para realizar la entrevista fue su domicilio. No recuerdo en qué método de transporte llegamos hasta allá, lo que sí recuerdo es que su casa estaba en un pueblo que no estaba mal (lamento si parece un tono un poco condescendiente, pero vivo en Asturias, así que entenderán que estoy acostumbrado a un nivel alto de belleza en el paisaje): Premià de Dalt se llamaba (no es que me acuerde del nombre, es que lo acabo de buscar en internet). Tras llegar a su casa, saludarla Pepe (que ya la conocía, lógicamente) y presentarme yo, una de las primeras cosas que nos dijo es que Víctor (Mora) no podía saludarnos porque estaba en el piso de arriba descansando; creo que no me equivoco si añado que, por el tono con el que nos lo dijo, se deducía además que la salud de Mora no era precisamente optima, por decirlo de alguna manera.
Recuerdo que llevábamos un cuestionario preparado para la entrevista, pero lo cierto es que no lo usamos demasiado: como sucede en las mejore charlas las preguntas y respuestas se van sucediendo y enlazando, y cada una de las contestaciones de Armonía hacían surgir nuevas preguntas por sí solas. Una de las cosas que más recuerdo es que me pareció una mujer muy amable en el trato, con la que era muy fácil hablar.
Del contenido de la charla es difícil saber lo que recordaría a día de hoy si no hubiéramos grabado la conversación. Probablemente me habría acordado del ejemplo “ornitológico” que utilizó para describir la relación con los dibujantes: «Depende del dibujante que te tocaba. A veces teníamos muchas trifulcas con los dibujantes… todavía recuerdo perfectamente una historieta que hice que se desarrollaba en un puerto y había gaviotas y el dibujante me puso palomas (risas). Sabes, le dije, que estamos en un puerto, ¿no? “¡Jo, qué más da! ¡La gente no lo mira!” o cosas así».
De la conversación se deducía también que esos desacuerdos puntuales eran más parte de un día a día en el que Armonía, por razón de la estructura de la redacción de Bruguera, terminó siendo una de las mayores defensoras del trabajo de guionistas y dibujantes en sus relaciones con la empresa: «Y yo era, no me gusta decirlo, una gran defensora de los dibujantes y también de los guionistas, naturalmente. Yo no acabo de comprender porque el señor González no me despidió, porque la verdad es que era como una especie de pulpo, una carcoma, porque decía: “Tenemos que subir los precios, llevan tanto tiempo sin subir las viñetas…” y el señor González se enfadaba un poco, (risas) pero al final…»
Algo que nos permite enlazar con otro de los elementos que más recuerdo: el de la militancia. No es un secreto si digo que no es habitual en el campo de la historieta el encontrarse con ejemplos de un compromiso político destacado; y lo es menos aún que esos elementos ocupen una gran parte de la conversación con un autor o autora de cómic (incluso en la circunstancia de que la entrevista la realicen dos reconocidos diletantes). En el caso de Armonía quedaba claro además que ese compromiso era un parte importante de sí misma como autora y cómo persona, y lo hacía, no a partir de declaraciones grandilocuentes o discursos de mayor o menos calado político, sino de la manera que se manifiesta en las personas que de verdad desarrollan con naturalidad las capacidades como agentes políticos que cada uno y cada una tenemos; esto es, a través de la formulación de las contradicciones que se generan y que deben, si no resolverse, al menos platearse y trabajar sobre ellas: «Lo que pasa es que también hay mucha confusión, hay muchísima confusión, porque por ejemplo, ¿Qué es más importante, ser una militante de un partido o ser una militante feminista? Y claro, aquí hay una situación difícil de resolver… Yo, por ejemplo, nunca jamás he militado en una organización feminista, nunca. Ahora, si se me pregunta si soy feminista diré que soy feminista porque soy mujer, y como soy mujer y tengo ojos y oídos, veo y oigo, y no tengo más remedio que tomar partido».
Para no terminar alargando este texto más de lo deseable, debo cerrar el listado de las cuestiones que más me impactaron aquel día retomando el nombre de Núria Pompeia. Como decía al principio, su estado de salud nos impidió entrevistar a la creadora de “Maternais”, así que decidimos cerrar todas las entrevistas con la misma pregunta: si habían conocido a Núria Pompeia y la opinión que les merecía su trabajo (la piedra angular sobre la que se sustenta la subjetividad femenina en el campo de nuestras viñetas autóctonas, por si a alguien le interesa la mía). Lo que me resultó fascinante fue descubrir que Armonía y Núria Pompeia habían llegado a trabajar juntas y habían creado una serie de humor gráfico reivindicativo contra los roles de género, de la que jamás había oído hablar siquiera. Llegado a este punto es obligado el comentario sobre la urgente necesidad de elaborar genealogías sobre el (invisibilizado) trabajo de nuestras historietistas.
Como conclusión no puedo dejar de señalar que la impresión general que a mí me quedó, más allá de lo hablado específicamente, era la de estar ante una persona que era consciente de su trabajo, del que hablaba con humildad pero sin minusvalorarlo. Que trasmitía, sin expresarlo en realidad, que se sentía conforme con el resultado de ese trabajo porque, más allá de las mejores o (más bien) peores circunstancias en el que lo había desarrollado, lo había llevado a cabo con pasión y con la solvencia que permite la profesionalidad y la capacidad crítica. Sea como fuere, puedo decir que, (sorprendentemente dado su carácter puntual, unido al hecho de no haberse podido desarrollar el proyecto) aquella entrevista a Armonía Rodríguez, el hecho de conocerla en persona y compartir unas fugaces confidencias, forma parte de una de mis labores relacionadas con el campo de la historieta que más huella me ha dejado. Contribuir, como están haciendo las diferentes organizaciones que están ahora realizando la reivindicación de su figura, a que esa misma huella quede de su labor en el campo de nuestro cómic es una iniciativa tan digna de encomio como de justicia, que es necesario agradecer públicamente a todas las personas que la están desarrollando.
Norman Fernández