Leyendo Memorias de un ladrón de discos, uno imagina a un joven Carlos Sampayo ya marcado por dos líneas argumentales en su vida: por un lado, la fascinación por el jazz, por la música de Miles Davis y las voces de Sarah Vaughan y Billie Holyday; por otro, suponemos que imaginando tramas detectivescas que descubrían que muchos de esos vinilos habían sido robados por la necesidad de escuchar esa magia. Pero, sobre todo, descubrimos a un incansable tejedor de historias que transforman la vida en literatura, donde las novelas de Dashiell Hammett solo se pueden reconstruir con el expresionista blanco y negro que Arthur Edeseon fotografió para las películas de John Huston. Sin embargo, Sampayo imaginaba en blanco y negro, sí, pero con la línea dibujada de las historietas que le acompañaron también en su juventud. Era lógico que, afincado en España en los años 70 con la compañía de dos talentos como José Muñoz y Óscar Zárate, dirigiera pronto su pulsión creadora al noveno arte creando con el primero -no podía ser de otra forma- un detective en la mejor tradición del género, Alack Sinner. Con El caso Webster descubríamos a un dibujante y guionista que se aprovechaban del canon, pero que pronto lo abandonaron para buscar nuevos caminos a ritmo del buen jazz, improvisando sobre la marcha y dejando que el detective creciera para dejar de mirar los casos que investigaba y comenzar a ser testigo de un mundo en el que se encontraba a su pesar. Sinner no dejó la gabardina, pero sí los casos, y encontró en el taxi una profesión que le dejaba ver por unos instantes las vidas de los demás. Sampayo crecía como guionista a la par que Muñoz como dibujante, mientras ambos conseguían una extraña conexión osmótica perfecta que hacía de “Muñoz y Sampayo” un único ente indisoluble, donde el dibujo y la escritura se fundían al ritmo de un disco de Charles Mingus, en el que dibujante y escritor se convertían en personajes de un universo que comenzaba a expandirse para contar las historias de aquellos y aquellas que pasaban por la vida de Sinner. Una fusión que apenas se separó para que Sampayo creara otro personaje canónico como Evaristo para uno de los grandes maestros de la historieta argentina, Solano López, pero que siguió después explorando ese mundo propio en Nicaragua, Sophie, En el bar, Sudor Sudaca… Historias donde el ritmo del género negro y la música sirven de soporte para contar la vida desde los ojos de aquellos que nunca pudieron hablar y que, finalmente, llevaron a Sinner a preguntarse sobre su propia identidad imaginada.
Con la música siempre de fondo, era lógico que, al final, Muñoz y Sampayo llegaran a encontrar la quintaesencia de la relación entre la viñeta y el pentagrama, confundiéndose en los personajes de Carlos Gardel y Billie Holiday. Los ensayos que el escritor había dedicado a su pasión por el jazz podían tener también expresión en la historieta, logrando unir finalmente sus dos grandes pasiones y abriendo el camino a otras obras que hizo con Igort y Óscar Zárate, con obras que nunca olvidan el compromiso de mirar más allá de la música y de los libros de historia, certificando la obra de un grande de la historieta.
Álvaro Pons