¿Hay algo peor que un cáncer trepando entre los ovarios y el intestino? Sí. La aparición de un Alzheimer agazapado entre los pliegues hereditarios del destino, irguiéndose a paso lento y firme dentro de la cabeza de esa mujer que había superado la condena del tumor a fuerza de constancia, temple, familia y quimioterapia. Esa mujer fue la madre de Felipe Hernández Cava, uno de los más exquisitos guionistas de la historieta hispanoparlante, cuyo asombroso dominio de la palabra y el idioma castellano decanta, siempre, en una obra rigurosamente poética, sigilosamente desgarradora, comprometida con la inteligencia y la empatía.
Una de las formas más comunes de la demencia senil, el Alzheimer es un trastorno cerebral que socava la capacidad de una persona para llevar a cabo sus actividades diarias. La va vaciando de contenido, ausentándola de todo aquello que le dio sustancia, entidad e identidad. Le roba sus recuerdos, martiriza su esencia y extiende impiadosamente ese degradante camino hacia las tinieblas eternas de la razón maltrecha y el cálido reposo de la fosa. Un duelo en tránsito permanente para el paciente y su familia, con el que Hernández Cava amasó un relato atravesado por el Amor, la Locura y la Muerte. Una historia de tono epistolar, íntima, onírica y profundamente catártica; la carta de amor a una madre muerta antes de morir.
De manera algo descoyuntada, un poco inconexa, a saltos y a borbotones, El hombre descuadernado (hermoso título tomado de un verso del poeta colombiano Raúl Gómez Jattin) nos sumerge en la lastimada psiquis de Guy de Maupassant, atravesando sus últimos días habitado por la duda sobre la naturaleza de su estadío postrero. ¿Consecuencia de la sífilis? ¿Previsible resultado de una demencia sentenciada por los genes? El relato que se nos despliega, unívoca travesía entre evocaciones y ensoñaciones, está narrativamente fragmentado, intencionalmente roto y vuelto a armar. Poético recurso que equipara a la memoria con la imagen de los cuadernillos que conforman un libro. Vida y literatura exhibidos en estado de dispersión, habiendo sido brutalmente arrancados de su continente natural antes de ser sometidos al reordenamiento caótico y fatídico del azar. Viento calmo, huracán furioso hecho de materialidad tan indeterminada como evanescente.
¿Adaptación libre del cuento El Horla de Maupassant, signado por la presencia de la locura que comparten el personaje protagónico y el autor? Podría ser, aunque me parece que se trata, más bien, de una charla abierta y honesta entre seres sensibles que atraviesan instancias de profundo desgarro. Por eso, quiero creer, gran parte del articulado interno del cómic viene escenificado mediante diálogos entre Maupassant y otras figuras, vivas y muertas, reales e imaginarias, que representan la prédica interior de una pena existencial. Si alguien podía poner este universo en clave gráfica era Sanyú, el historietista argentino dueño de un trazo visceral, orgánico y latente, capaz de traducir cada congoja en una línea silvestre, de envidiable libertad. Aquí lo suyo es monumental, de una cotidianeidad épica desagregada en multiplicidad de planos y signos que entrecruzan lo concreto con lo abstracto, lo real con lo simbólico.
Tierno descenso al infierno de la impotencia, El hombre descuadernado articula con sobriedad y respeto el espanto con el desasosiego, el miedo con la decrepitud, el alivio con el desconsuelo, la creación con la destrucción. Ineludible tour de force hecho con lágrimas y esperanzas que, parafraseando al tango, se concentra en la angustia de haber sido y el dolor de ya no ser.
Fernando Ariel García