A pesar de la evidente sinergia generada por la fusión de Cava con determinados dibujantes, tan afines como cercanos, el guionista madrileño siempre se ha caracterizado por el inconformismo y la inquietud: por la constante búsqueda de nuevos colaboradores con un criterio ecléctico pero exigente, basado en la solidez, el atrevimiento y la excelencia. Por ello en 2020 aunó esfuerzos con Laura Pérez Vernetti para la realización de Macandé, obra que reúne por primera vez a dos nombres de referencia en la escena del noveno arte, hoy avalados por los premios más prestigiosos del medio.
El libro se centra en la figura de Gabriel Díaz Fernández, mítico cantaor de flamenco que fue internado en 1935 en el manicomio de Cádiz, aquejado de esquizofrenia, sífilis y una ceguera progresiva. De raza gitana, vendedor de caramelos, casado con una muda, fue un genio del fandango y el cante jondo que siempre mantuvo la dignidad dentro de la miseria. Jamás grabó un disco pero se convirtió en una leyenda.
“Macandé” significa precisamente “loco”, demostrando una vez más la querencia de Cava por los personajes marginales o ajenos a la sociedad convencional, en ocasiones malditos, siendo a la vez un fragmento sustancial de esa memoria histórica que también gusta de reivindicar. Porque la obra no deja de ser además un aguzado retrato de los primeros años de la posguerra. El autor construye esta fábula trágica cubriendo con la imaginación y la lógica las extensas lagunas biográficas sobre el artista. Incluso introduce su propia vivencia como guionista interesado en esta figura singular del flamenco (de quien tuvo conocimiento por una historieta de Raúl en la revista Madriz) dentro de la anécdota que da forma al argumento. Dicha anécdota narra un hecho nada infrecuente en la trágica vida del maestro, ya que en ocasiones se le autorizaba a salir del psiquiátrico para amenizar la velada a los invitados de un general en su cortijo, audiencia formada por militares, empresarios y otros jerarcas del régimen. El episodio es contemplado a través de los ojos y los recuerdos de los distintos comparsas que intervienen (los reclutas que le trasladan, la joven criada, el guitarrista, el tabernero…), cuando no por el propio Macandé, con sus desvaríos salpicados por ráfagas de lucidez o atisbos de remota memoria.
Laura exhibe un expresionismo desgarrado al emplear carboncillo y lápiz grueso, mezclando líneas y grises, con un trazo tan espontáneo, visceral y directo como el propio cante. Casi como la postura del protagonista ante la vida, con su alma fragmentada. La ambientación es sintética pero efectiva, acudiendo, además de a los documentados escenarios físicos, a recursos como la imaginería religiosa o las novelas de Julio Verne que disfrutaba el gitano en su celda.Todo para plasmar los delirios de una demencia que quizás alimentaban su creatividad desbordada, mientras la experiencia que conforma la trama actúa como sinécdoque para definir un momento histórico y social muy concreto de la España de Franco.
YEXUS